martes, 6 de enero de 2015

El poder de las palabras

"Los mejores recolectores de palabras eran los que comprendían el verdadero poder de las palabras, los que subían más alto. Uno de esos recolectores era una niñita escuálida. Se la conocía como la mejor recolectora de palabras del lugar porque sabía lo indefensa que se encontraba una persona SIN palabras. 

Por eso ella podía subir más alto que los demás, las deseaba, estaba sedienta de ellas."
 El árbol de las palabras, Max Vandenburg.
La Ladrona de Libros, Markus Zusak.


Una vez alguien me dijo que las palabras no valían nada. Una vez, esa misma persona, acabó por convencerme. Lo más irónico de todo es que lo hizo con palabras.

Pero al final la vida pasa y pesa, y como yo siempre he hablado mucho, leído mucho, y escrito mucho, mis neuronas volvieron a sus quehaceres habituales y se devotaron a la honorífica tarea de Utilizar Las Palabras.



Cuando rebatía a esa persona que las palabras eran el tesoro de la raza humana, mi tesis era sólida: usamos las palabras para reflejar lo que llevamos dentro. Quizás no siempre se ajusten como anillo al dedo, pero, hasta el día de hoy, el hombre no ha inventado nada mejor. Tampoco creo que suponga un problema muy grave. Con las palabras puedes hacer cosas maravillosas. Puedes hacer promesas, y romperlas. Puedes contar cuentos, mentiras, y verdades. Hay personas que hacen auténticas obras de arte con las palabras. Gente como Shakespeare o Cervantes, aunque a mi hermana le esté amargando el Bachillerato. Rimas de todo tipo, sonetos y liras, con majestuosas y elaboradas figuras retóricas, de esas que también le amargan a mi hermana los estudios. Puedes hacer reír, hacer llorar. Puedes conquistar, países y personas. Puedes romper corazones. Con las palabras puedes transmitir ideas, conocimientos, y chistes. Y puedes jugar con las palabras, y hacer listas -como ésta, que se me está yendo de las manos-, y amigos, y también enemigos. Enseñar, y aprender. Con las palabras puedes sanar. Usamos las palabras todo el rato. ¿Cómo no van a ser valiosas? La gente paga por las palabras. Y en el fondo, es porque, como dijo Max Vandenburg en La Ladrona de Libros, todos sabemos lo indefensa que puede ser una persona sin palabras. Las palabras de Liesel fueron lo que la convirtieron en la heroína de su historia. Porque, en definitiva, todo lo que puedes hacer con las palabras se resume en dos cosas: construir y destruir. Y eso, en realidad, es prácticamente todo.


Utilizar Las Palabras es una tarea diversa y amplia. Desde emisor a receptor, por vía oral o escrita. He de reconocer que Aristóteles no me caía muy bien, aunque en ocasiones como ésta recurra a su sapiencia, pero como antagonista a la Sofística -palabra que va sin duda a la Lista de Palabras Guays que tengo con una gran amiga cuyo nombre es capicúa-, defendió el lenguaje no como un objeto en sí mismo, sino como un mediador, calificándolo como la "diferencia específica de la especie humana".



Creo que leer engrandece. O mejor aún: enriquece. Parecerá infantil, pero no pocas veces me encuentro en mi cuarto mirando y admirando mi estantería de libros, regocijándome en todos aquellos que ya me he leído y planeando minuciosamente el orden en el que devoraré los próximos. Al final siempre cambio el orden, o se me cuela algún otro que no tiene su hueco en mi estantería; normalmente recomendaciones de mi madre, una vez me ha dado tanto la lata con que me lo lea que me siento en el deber de auto-salvarme del spoiler; o los libros preferidos de las personas a las que quiero conocer (más). Empecé a hacer esto último hace un par de años y la verdad es que no me ha ido mal. Al fin y al cabo, las palabras están para transmitir. Y, en verdad,tampoco importa tanto quién las haya escrito. Las palabras son de todos -independientemente del concepto de propiedad intelectual, claro está-, y si te sientes identificado con ellas, es porque, de una u otra forma, pueden contar tu historia. O tu forma de ver las cosas. Siguiendo a Aristóteles -otra vez-, como medio.


También me encanta escribir. No hay más que verme. Y quien dice escribir no dice necesariamente ser Shakespeare o Cervantes. Yo escribo porque hablo mucho y pienso mucho. Y porque quiero ser como Carrie, encarnada por la célebre Sarah Jessica Parker en Sexo en Nueva York, o creérmelo. Escribo porque, de todas las cosas que puedes hacer con las palabras, escribir es, quizás, la mejor manera de construir.

Acabo -literalmente- de terminarme el bestseller de moda, Bajo La Misma Estrella, de John Green, como parte de mi labor de Leerme Los Libros Preferidos De Las Personas A Las Que Quiero Conocer Más. He de decir que al Señor Green se le da bien eso de Utilizar Las Palabras, porque a mí me ha hecho tanto reír como llorar. En fin, volviendo a su obra, me ha impactado la obsesión de Augustus Waters de dejar huella. Y me ha impactado no porque me parezca ridícula o porque no la comparta, sino todo lo contrario. Hace unos años, unas amigas y yo hicimos nuestra lista de Cosas Que Hacer En Ésta Vida. El punto número uno o dos de la lista de todas nosotras, a veces alternándose con Ser Feliz, era el mismo: Dejar Huella. Lo que más asustaba a Augustus Waters era el olvido -no estoy haciendo spoiler a nadie, lo dice nada más aparecer en la secuencia. Y supongo que como a él, a todos o casi todos los que hayan hecho una lista como la que hicimos nosotras aquél día.



La persona que me quería convencer de la inutilidad de las palabras me decía que podías utilizarlas sin compromiso, regalarlas, distorsionarlas. Y es verdad. Pero no creo que por eso tengan menos poder. Porque, al final, lo que hagas con ellas, depende de como tú quieras usar ese poder.

Yo escribo porque me gusta construir. Para mí las palabras son como ladrillos. Puedes usar palabras para levantar rascacielos. Y, al final, la obra de arte residirá en el rascacielos. Pero, para el rascacielos, has necesitado los ladrillos. Igual que nosotros necesitamos las palabras.
Escribir es algo que yo siempre he hecho por gusto, porque lo necesitaba. Yo he notado el antes y el después cuando he escrito cartas que jamás se leerían, pero repletas de las cosas que hubiera dicho; y estuvieran escritas como estuvieran, a mí me ha dado la vida trasnochar para sacar todo lo que llevaba dentro. Por eso escribo, en el fondo. Porque la vocecita en off no se calla nunca, y alguien tiene que hacerla caso. Y a veces solo consiste en dejarse llevar. Y, sin darnos cuenta, a veces estamos haciendo mucho más de lo que somos conscientes. He ahí su magnificencia. En La Ladrona de Libros, Liesel Meminger veneraba las palabras, y a pesar de no darse cuenta de lo que hacía con ellas, Max la calificó como la mejor "recolectora de palabras". En la versión original de la obra, Zusak empleó el término "world shaker", algo así como "agitadora del mundo". Liesel hizo el mundo temblar. Y lo hizo porque, de una u otra forma, ella entendió, en el contexto de la Alemania Nazi, el poder de las palabras.


Con palabras puedes hacer promesas, hacer reír, hacer llorar. Construir, destruir. Dejar huella. La huella que quería dejar Augustus Waters. Las palabras son poderosas porque establecen puentes entre quienes las comparten. Por eso Montaigne dijo que la palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha. Y las personas van y vienen, pero las palabras se quedan. Como alguien dijo una vez:

Escribir nos hace inmortales.


"Antes, las palabras la habían hecho sentirse como una inútil, pero ahora, cuando se sentaba en el suelo junto a la mujer del alcalde, experimentaba una innata sensación de poder. Ocurría cada vez que descifraba una nueva palabra o construía una frase.
Era una niña.
En la Alemania nazi.
Qué apropiado que descubriera el poder de las palabras. 
(...)
Y la ladrona de libros lee, relee y vuelve a leer la última frase, durante horas.
«LA LADRONA DE LIBROS»
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«He odiado las palabras y las he amado, y espero haber estado a su altura.»"
La Ladrona de Libros, Markus Zusak.
A.