Ahí es donde empieza todo.
El problema reside en que, una vez empieza, a veces se nos va de las manos. Y es aquí cuando viene el absurdo de la cuestión: cuando, controlando, pierdes el control.
Igual que "En busca de la felicidad", "En busca de la perfección". La pequeña diferencia es que en esta otra historia no hay ningún Will Smith que, dando vida a Chris Gardner, ofrezca unas palabras alentadoras y estimulantes tales como: "No
permitas que nadie diga que eres incapaz de hacer algo, ni si quiera
yo. Si tienes un sueño, debes conservarlo. Si quieres algo, sal a
buscarlo, y punto." Por suerte o por desgracia, en esta otra versión, a veces se difuminan un poco los matices. Y digo "difuminan" porque, en cierto modo, tampoco cabe del todo estipular que se trata de una lucha distinta, de una batalla cuyo fin último no es la consecución de un sueño o una meta. ¿O acaso no entendemos la perfección como el superlativo de lo bueno?
Nadie quiere hacer las cosas mal. Pero no se queda ahí. Al final, todo el mundo busca, además, hacerlo bien. Y en este lado de la línea que separa lo bueno de lo malo, cuanto menos lejos de lo malo, mejor. Pura y simple lógica matemática: el 10 es mejor que el 7 porque está más lejos del 4, y de los que le siguen. Y de deducción matemática a afirmación categórica: cuanto más, mejor.
Sin embargo, no cabe negar, tampoco, que a este rígido esquema hay quién le ha puesto los puntos sobre las íes. Así, para el filósofo griego Aristóteles, la virtud era el término medio entre dos extremos viciosos; uno por exceso, y otro por defecto. Sin prudencia, no hay virtud. Y esta virtud no se identificaba con el extremo de lo bueno. Pero al final, cuando, como se ha dicho, se termina por perder el control, ni siquiera la ética aristotélica es capaz de establecer el límite en el que la v de "virtud" se convierte en v de "vicio".
Supongo que habrá quién no termine de entenderlo. Porque, por mucho que todos busquemos, incluso inconscientemente, la tan anhelada perfección, no todo el mundo acaba protagonizando "En busca de la perfección". Y, por lo tanto, no todo el mundo entiende que las mismas palabras de Will Smith, igual que la virtud aristotélica, tampoco tienen definidas sus barreras.
Es entonces cuando, por muy paradójico que parezca, lo perfecto pasa a rozar la imperfección. Un poquito más, decíamos al principio. Hasta que un poquito más se convierte en un vicio. Y si algo tienen los vicios, es que no són tan fáciles de dejar. Pero claro, mientras sea en busca de la perfección, no debería haber problema, ¿no? Así, el perfeccionismo se convierte en filosofía de vida. Y una doctrina cimentada en seguir tirando del hilo, al final no puede hacer más que terminar el carrete.
Esto es lo malo de lo perfecto: que, igual que todos los extremos, o como los aludió Aristóteles, vicios, es adictivo. Y ya da igual cuál fuera el objetivo; a esas alturas, ya no importa si los guionistas de "En busca de la perfección" habían planteado una obra de esas que sólo por la banda sonora parece que van a tener un final feliz. Porque, a esas alturas, el un poquito más se ha pasado de la raya, de esa raya tan difícil de ver.
Es
lo que tiene una adicción: si no se quiere, no se puede. Como parte de lo que conlleva tener una filosofía de vida, uno se apega a ésta hasta el punto de asegurar
que controla, de forma que,como hemos dicho, va tirando del hilo, y no se intenta dejar hasta
que se toca fondo.
El punto polémico de este asunto es cuándo se toca
fondo. Porque, en realidad, tampoco importa tanto lo que se esté sacrificando en el intento. Como decían en la película que todos conocemos: "Si quieres algo, sal a
buscarlo, y punto". Y, al final, el un poquito más solo hace que cada vez se esté más lejos del un poquito menos. De esta forma, intentando controlarlo, hemos perdido el control. Pero a esas alturas, como cualquier vicio, dejarlo marchar, duele más.
Y ese, es el defecto de lo perfecto. O, en otras palabras, la imperfección del perfeccionismo.
"Procurando lo mejor, a menudo estropeamos lo que está bien." W. Shakespeare
A.